domingo, 6 de diciembre de 2009



El dolor aprieta la garganta, pero sentimos aun más la presión de nuestros puños aferrados al dolor, la pasión de mis manos, una pasión carnal.
Sobre espejos trizados mis pies sangran. La sangre de mi cuerpo y el respiro de mi alma. Una ráfaga de viento, o más bien un huracán, de pura sencillez.
Es sólo mi momento de surgir, de salir de esas manos que suavemente aprietan mi garganta.
Es la hora. Es mi turno. Mi decisión.
Caigo, pero finalmente ya no siento el dolor, mi cuerpo no tiene vida, pero mi mente sigue en pie. Aquí esperando el precipicio sin fin, de caer y caer, de la espera angustiante, de la pasión reprimida.
No pasa por mi mente la resignación, el emblema se mi alma que allá arriba quedó, en esa cuidad de cemento gris; no pasa por mi alma el dolor de mi cuerpo y no pasa por mi cuerpo la paz de mi mente. Sencillamente ya no pasan por mí.
Me he saltado las barreras que tú haz puesto en mi camino, sólo para verme rendir, me he tropezado en, quizá, más de alguna, pero siempre supiste que no era el momento y ayudaste a la superación.
Sin embargo ahora aquí me ves: sola en el olvido, cayendo de un gran vacío, en el olvido de tus manos que palpaban mi cuerpo, el olvido de tus ojos que me miraban constantemente, el desamparo de tu corazón.


Caigo. Caigo. Sólo caigo.

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